viernes, 28 de mayo de 2010

Canal del Esla


Esta comarca de Los Valles de Benavente, además de contar con importantes ríos y muchos arroyos, dispone también de canales y acequias, realizados, en este caso, por la mano del hombre, para conducir y distribuir el agua destinada a regar las tierras, principalmente durante los meses del calor y la sequía. En tiempos pasados los tenían también para otros usos. Canales y acequias son palabras latina y árabe respectivamente, que nos indican, sin duda alguna, que ambos pueblos utilizaron y se sirvieron de este tipo infraestructuras. Ambas son construcciones artificiales, los primeros suelen partir de los mismos ríos y las segundas, con fines ya más concretos, de los canales.
Uno de ellos es el Canal del Esla, denominado así por estar abastecido por las aguas de dicho río y regar precisamente las tierras de su margen derecha. Aunque no el más antiguo, sí es uno de los más importantes. Su construcción data del año 1859, según consta en la escritura, en la que figura además como primer propietario D. Matías Gómez Villaboa, datos estos que desde Alija del Infantado nos ha facilitado D. Luis Gómez Villaboa, perteneciente a la misma familia. Son pues ya casi 150 años de canal, en principio lógicamente de tierra, porque con cemento y hormigón, como está ahora, se hizo allá por la década 1960-1970.
Me informa de otras cosas Manuel Campo, guarda del mismo, que vive en Benavente, desde hace más de veinte años, en una casa junto al salto grande, al comienzo de la antigua carretera de León.

-El último propietario del canal fue D. Alejandro Fernández Araoz, natural de Medina del Campo y de familia de banqueros. En el año 1967 se lo compró el Ministerio de Obras Públicas, a cuyo frente estaba el benaventano Federico Silva Muñoz, pasando a depender de la empresa pública denominada Confederación Hidrográfica del Duero, creada en el año 1927. Comienza cerca del pueblo leonés de Benamariel, en una presa construida en el mismo río y desde allí sigue por la margen derecha del Esla. Pasa cerca de Villamañán, San Millán de los Caballeros, Villademor de la Vega, Algadefe, Villamandos, Villaquejida, Cimanes de la Vega, Matilla de Arzón, Santa Colomba de las Carabias, San Cristobal de Entreviñas y Benavente. Aquí termina y deja sus aguas sobrantes en el Caño de los Molinos, exactamente detrás de la fábrica de harinas La Ventosa. Riega además las tierras de los demás pueblos que se encuentran en la margen derecha de dicho río.
Presa, demoninada el puerto o azud en Villalobar, no lejos del comienzo del canal,
Poco después de la presa el canal ya encauzado.

La verdad es que el Canal bien merece el recorrido de sus 42 kilómetros, para confirmar algunas de las cosas que me han contado. Efectivamente, la presa, a la que los de Benamariel llaman el puerto, es amplia como lo es el río y llama la atención el paraje en el que está enclavada, aunque las hormigoneras, instaladas cerca de allí, nos ofrezcan el lado negativo del entorno. El canal es de tierra, ancho y con arboleda hasta pasado el pueblo, no lejos del cual, en el lugar denominado El Soto, se ven unas casas y restos del antiguo molino de Baeza, para algunos nativos también central hidroeléctrica. Lo que queda de dichas casas, e incluso de una capilla al lado de ellas, nos muestra una antigüedad de más de 100 años, y la importancia tanto de la industria, como de sus propietarios. En el canal se aprecian las antiguas esclusas y el desvío de las aguas hacia dicho molino o central.
Primer desagüe del canal en Villamañán.

Camino de Villamañán se continúan viendo pequeños saltos y salidas de agua hacia ambos lados. Y así a lo largo de todo el recorrido. Las redes de distribución del agua o acequias generales, que parten del mismo, dan paso a otras secundarias y subsecundarias, que son las que llegan a las tierras. Se han construido en mayor cantidad y tamaño según las hectáreas que tuviesen que regar.
Para salvar los desniveles en el terreno por donde transcurre, existen algunos saltos, pequeños unos como los de Villamañán, Villademor y Algadefe, llamativos y de gran importancia otros, como los de Villaquejida, Cimanes y Benavente, capaces de mover cualquier turbina. Así ocurrió en esta ciudad en la que junto al llamado salto grande funcionó hasta hace no mucho una central hidroeléctrica en el edificio existente cerca la casa del guarda. Todavía se conservan algunas máquinas pertenecientes a la misma.
Salto en Villaquejida.
El salto de Cimanes de la Vega.
Canales de desagüe ya en Santa Colomba de las Carabias.

Hay que destacar también la existencia de molinos de agua servidos por el canal. Parece ser que los había en Villademor, Algadefe, Villamandos, Cimanes de la Vega y Benavente, pero ya han desaparecido casi todos. Tan solo hemos podido contemplar el edificio, aunque ruinoso, del que había en Cimanes de la Vega. Se encuentra en el antiguo canal de tierra del que se conservan algunos metros. En el está la compuerta para regular la entrada del agua al molino y algunas de las infraestructuras necesarias para el funcionamiento del mismo. Merece la pena que se preste atención a este entorno, pues son ya 150 años desde su construcción y tiene tras de sí muchas vivencias y mucha historia.
Pero es en Benavente en donde el canal ha prestado y podemos también decir que sigue prestando servicio a la ciudad y a los ciudadanos, pues, además de regar las tierras, existió la central hidroeléctrica, a la que nos hemos referido y también contó con dos molinos. Uno el de Ricardo, a la entrada de la ciudad, a no más de 300 metros del salto grande y al lado del salto pequeño. Aquí se puede ver la compuerta que regulaba la salida del agua hacia dicho molino. El otro, conocido como el de Evaristo, se encontraba casi en el centro de la Vía del Canal. De él todavía se conserva el edifico, que presenta buen aspecto.
El salto grande en Benavente, ahora entubado y soterrado.
Antiguo molino de Evaristo en la Via del Canal. Benavente.
Presa que existía en Benavente para el primer molino cerca del salto grande.

Ni que decir tiene que de la energía eléctrica proporcionada por las centrales, así como de la molienda, se beneficiaba en primer lugar el pueblo o localidad en que estuviesen instalados, y también los pueblos más próximos.
Al preguntar a Manuel cómo podían funcionar molinos y centrales, si no se disponía de agua en algunas épocas, me dice que, antiguamente, corría el agua casi todo el año, precisamente cuando el canal era de tierra, pero, claro está, no en tanta cantidad y con tanta intensidad como ahora. Dejaba de funcionar cuando se procedía a su limpieza, para lo cual se movilizaba una gran cantidad de personal. Fueron muchos los obreros a jornal, que trabajaron en ello. Había que retirar la tierra y maleza que se había acumulado durante el año, parte de ella eran ramas procedentes de los árboles que existían en sus márgenes a lo largo de casi todo el recorrido.
De este antiguo canal de tierra todavía existen algunos tramos que pueden satisfacer la curiosidad de las personas interesadas en conocerlos. No tienen más que acercarse a Santa Colomba de las Carabias o a Cimanes de la Vega, junto al molino del que ya hemos hablado.
Lo que queda del antiguo canal de tierra y primer molino en Cimanes de la Vega.

La compra del canal por parte del Estado coincidió más o menos con la realización de la concentración parcelaria en toda esta zona y la necesidad del agua para el regadío. Esto supuso la realización de las infraestructuras necesarias a las que ya nos hemos referido.
El Canal y los saltos, junto con las acequias grandes y pequeñas, y los desagües necesarios que se ven en muchos lugares, han configurado y originado que el paisaje de la vega sea algo distinto al que había con anterioridad. Hablamos de ello. Él, como guarda, lo conoce muy bien, lo defiende y hasta recomienda lugares y rincones dignos de visitar. Yo le digo que también algunos de los pueblos por los que pasa merecen parada y fonda. Y, aunque no es este el momento de recordarlo, estoy seguro de que los viajeros admirarán y les llamarán la atención casas antiguas, iglesias y torres, ermitas, fuentes, palomares, algún museo y hasta los solitarios transformadores, algunos con nidos de cigüeña, que se encuentran en medio de las tierras de la vega.
Un grupo de jubilados tomando sol junto al canal en Cimanes de la Vega.

Fue en un día del mes de Abril, soleado, pero sin grandes calores. Todavía la vegetación y las flores silvestres no adornaban el canal, ni su entorno, por culpa del frío y de algunas heladas recientes. Pero el paseo merece la pena, pues se hace en compañía del agua, que baja con fuerza y con ruido, y que se distribuye por doquier para dar vida a tierras, pueblos y gentes. El canal no está sólo. En muchos lugares se ve a personas paseando junto a él, algunos ya jubilados. Y es que para muchos ha formado parte de su vida, pues en él han trabajado y con él han convivido. El canal tiene ya historia, y como tal debe ser conocido y estudiado.

martes, 11 de mayo de 2010

Norias


Noria en medio de una plantación de chopos. Villabrázaro.

En esta comarca de Los Valles de Benavente, a pesar de tener tantos ríos, arroyos y regatos, los agricultores y hortelanos, antiguamente más que ahora, se han servido también de norias para sacar el agua de los numerosos pozos, existentes en huertos y huertas próximos a los pueblos, y así poder regar la tierra. Las norias son máquinas de tracción animal, pues necesitan de éstos para su funcionamiento, bueno, de los animales y de la ayuda del hombre. Podemos decir que su utilización fue general hasta los años 1960-1970, en que comenzaron a utilizarse los motores de gasolina y gasoil y, no mucho más tarde, los eléctricos. Coincidió esto con la incipiente mecanización del campo, pues también comenzaron a aparecer los primeros tractores, que trajeron consigo la paulatina desaparición de vacas, bueyes, mulas y demás animales, con los que, hasta entonces, se realizaban las faenas agrícolas y el acarreo de los productos.
El uso de las norias fue un avance en el trabajo manual de sacar el agua de pozos poco profundos. Antes de su existencia los hortelanos utilizaban el cigüeñal o cigoñal, llamado así por tener forma de cigüeña. Consistía éste en una pértiga o vara larga, enejada sobre un pie en horquilla, y dispuesta de modo que, atando un caldero u otro recipiente a un extremo y tirando del otro, podían sacar agua de dichos pozos. También se utilizaba la polea. Norias, cigüeñal y polea supusieron un avance en el trabajo manual del riego ejercido solamente por el hombre, pues existieron incluso regadores de oficio.
Vemos todavía muchas norias o, si queremos, restos de norias, en esta comarca. Algunas han sido recogidas y restauradas en lo posible por sus propietarios o amigos y adornan jardines o patios de casas de campo. Incluso las han pintado para evitar su desgaste a través de la oxidación. Pero la mayor parte siguen en el campo, en huertos y huertas próximos a los pueblos, en estado de abandono y, lógicamente, en proceso de desaparición.
Como adorno en el jardín de una finca de El Sequedal. Benavente.
Noria junto a un nogal centenario en El Sequedal. Benavente.

No nos hace falta ir lejos de Benavente, ciudad hortelana y huertana, para verlas. Pero vamos a comentar y referirnos a las dos que Alberto, un agricultor de Villabrázaro, posee en una finca a la entrada del pueblo. Nos dice que cada una de ellas tiene distinto engrane y nos explica, amablemente, sus piezas y cómo funcionaban. Las conserva in situ, aunque no las utilice, y espera y desea conservarlas en el futuro. Por nuestra parte pensamos que, al ser de hierro, al menos las piezas más importantes, durarán más. Pero hasta el hierro se oxidará y se irá desgastando con el paso de los años, si se deja todo en estado de abandono. Vemos que las norias, como tantas máquinas, aperos, herramientas y oficios tradicionales, han pasado ya a la historia. Pero debemos, podemos y queremos recordarlos, como lo estamos haciendo, a través de estas páginas.
Alberto, de Villabrázaro, mostrando los engranajes de una de sus norias.
Estanque al lado de una de las norias de Alberto. Villabrázaro.

El emplazamiento de la noria, lo mismo que la construcción del pozo sobre el que se instalaba, solía estar casi siempre en el centro de la huerta, para que el agua se distribuyese con más rapidez por toda la tierra. No faltaba una caseta o un palomar cerca de ella y algún árbol, preferentemente nogales, castaños o moreras, u otros, según el terreno o el lugar. Estos contribuían a dar sombra al hombre y al animal, cuando se regaba, además de recoger sus productos. Hoy las casetas, lo mismo que las norias están medio caídas o abandonadas y tan sólo nogales o castaños centenarios siguen estando allí, como testigos de la antigüedad de la noria y del pasado del hombre y del animal, que tantas veces realizaron esta tarea de regar la huerta.
La noria se instalaba a ras de tierra o sobre el brocal del pozo, si lo tenía. Y para asentarla, en ambos casos, se necesitaba un marco o cuadro de asiento, que solía ser de hierro, aunque en norias más pequeñas, pudiera ser también de madera, de buena calidad. Los demás elementos que constituyen su maquinaria son los siguientes:
-Un volante con su engrane, que hace girar el mecanismo de los vasos o cangilones que transportan el agua en su doble tarea de recogerla del fondo y vaciarla en la superficie.
-Un gato o seguro de marcha atrás del volante, que impide los mecanismos de retroceso.
-Una masera, especie de artesa en donde se descarga el agua de los vasos, para poder salir por el caño de riego.
-Una canaleta metálica, para salvar el agua bajo el mecanismo circular giratorio y hacer que pueda salir de la masera al canal de riego.
-Los vasos o cangilones, que eran los encargados de recoger el agua en el fondo del pozo, debido al mecanismo giratorio, y de transportarla a la superficie, depositándola en la masera, de donde pasaba a la canaleta o al sifón. Había norias con treinta o más vasos o cangilones. También las había más pequeñas, según la necesidad del hortelano. Por su parte, los vasos podían ser de distinto tamaño y capacidad. Algunos transportaban hasta 10 litros de agua cada uno.
-La palanca de tiro, que era movida por la caballería. Solían ser burros, mulas, caballos o yeguas. En pocas ocasiones vacas, aunque también se podían ver, incluso en pareja. Al animal, que solía ser uno casi siempre, con la collera se le conectaba a la palanca, a través de un balancín, una especie de madero o palo con punto de apoyo en el centro y en los extremos.
Gracias al interminable caminar del animal o animales, que debían tener los ojos tapados (tal vez para evitar el mareo o la desorientación) alrededor del pozo de la noria, se extraía el agua necesaria para regar los cultivos. Se conseguía de la siguiente forma:
La palanca, arrastrada por el animal, confiere un movimiento circular al volante horizontal del engrane, el cual, solidario a un eje vertical, gira, haciendo que cada uno de sus dientes empuje a los del volante vertical del engrane, con lo que él también gira y con él su eje y la ruedas de la noria. Sobre estas se apoya y de ellas cuelga la cadena de vasos o cangilones que habrá de elevar el agua desde el fondo del pozo, hasta caer en la masera. Los cangilones descienden boca abajo, hasta sumergirse en el agua, de donde vuelven, boca arriba, cargados del líquido, hasta la superficie. Cuando el agua está ya en la masera, es conducida a través de un sifón hacia el canal de salida. Por último llega a un pilón cuadrado o rectangular, de hormigón, con tres orificios (uno en cada lado, además del de salida), a través de los cuales se la puede enviar en varias direcciones, para regar las distintas zonas de cultivo.
Noria con dos palancas de tiro.

Las norias utilizadas en los Valles de Benavente, como en el resto de la provincia y en toda Castilla y León, son distintas, al menos en su forma y parte de su maquinaria, a las que existen y que todavía se utilizan en las Comunidades de Andalucía, Murcia o Valencia y en otras partes.
La tarea de regar con noria era lenta y costosa, sobre todo por el tiempo que se empleaba en ello. A veces el hortelano o agricultor comenzaba por la mañana, y, si era mucho el terreno y mucho el agua que necesitaba, sobre todo en el verano, no interrumpía el riego hasta la noche. El animal descansaba lo imprescindible para comer, tal vez la cebada que él mismo había regado y que su dueño había cosechado el año anterior. Y los huertanos lo mismo, apenas descansaban, si no en el trabajo, sí en la vigilancia del riego y sobre todo del animal que, después de tantas horas trajinando, en torno al pozo, podía detenerse por cualquier motivo, inexplicable para el hombre, pero sí para él. Y así se pasaban ambos, casi todo el día, hasta el oscurecer.
Noria antigua con los cangilones.

Las norias son testigos de una época y de una forma de vida distinta, que no pasó inadvertida a escritores y poetas, como muy bien nos dejó reflejado Antonio Machado en estos versos:

La tarde caía
triste y polvorienta.
El agua cantaba
su copla plebeya
en los cangilones
de la noria lenta...
Sonaba la mula,
¡pobre mula vieja¡
al compás de sombra
que en el agua suena.

Por nuestra parte hemos querido dejar constancia de este artilugio, la noria, todavía presente en la memoria de muchos hombres y mujeres de los Valles de Benavente, que se sirvieron de ella y que se resisten a que desaparezca, al menos de su recuerdo.