jueves, 1 de noviembre de 2012

Recuerdos del ayer: Muerte, funerales, responsos.




Con anterioridad he publicado en este blog varios reportajes relacionados con el pasado y su tradición religiosa. Hoy, víspera día de los difuntos, quiero recordar cómo se vivía el momento de la muerte y los funerales, hace más de 50 años, en muchos pueblos de Castilla y León. 
Antiguamente no había tantos hospitales, ni tantas ambulancias para trasladar a los enfermos, y menos tratándose de localidades con poca población. Pero lo que sí ocurría es que las visitas del médico de cabecera al domicilio del enfermo, y más si estaba grave, eran muy frecuentes. Visitas del médico, y también del practicante para cumplir y aplicar lo recetado o prescrito por él.
En la visita al enfermo era frecuente que médico y practicante coincidiesen con la visita del cura, sobre todo si era de gravedad. Y si ellos no le podían sanar de su enfermedad física allí estaba él para la atención espiritual. De acuerdo con su familia preparaba al moribundo, según los ritos eclesiásticos, administrándole la Extremaunción, si consideraba que era el momento adecuado para ello.
Ya, durante su enfermedad, el cura solía hacer con frecuencia la visita a los enfermos y muchas veces, siempre de acuerdo con ellos, les llevaba la Comunión o Viático. Sobre ello escribiremos otro día. Y si el enfermo fallecía había que ir preparando el funeral, tanto la misa, como el entierro.
Los funerales eran uno de los actos religiosos que con más solemnidad y tradición se realizaban, de ahí el impacto que causaban en las gentes y el motivo por el que se mantiene tan vivo el recuerdo. En casi todos los pueblos se hacía de forma parecida.
Para la misa, de cuerpo presente, el sacristán sacaba de las cajoneras de la sacristía las ropas negras que iba a utilizar el sacerdote: casulla, estola, cíngulo y capa. En muchos sitios se colocaba en el centro de la iglesia y no lejos del altar una especie de mesa o túmulo cubierto con tela negra en la que se veía dibujada una calavera, y sobre él varios panes y una botella o jarra de vino que no otra cosa simbolizaban que una oferta u ofrenda. Y delante del túmulo negro con calavera, sobre unas andas también pintadas de negro se colocaba el féretro cuando llegaba a la iglesia. Desde el domicilio del fallecido se organizaba una procesión de la que formaban parte la cruz parroquial, el féretro a hombros de familiares y amigos, sacerdote, sacristán y monaguillos y el resto del pueblo, pues solían asistir la mayor parte de los vecinos.

Ropas negras para el Día de los Difuntos.
Estolas, también de color negro.

Túmulo funerario utilizado en Villaveza de Valverde.
Ya en la iglesia, y cada uno en su sitio, comenzaba la misa de funeral, que a pesar de ser en Latín por entonces habían una gran participación sobre todo cuando llegaba el momento de los cánticos del Requiem aeternam dona eis Domine… (Concédelos el descanso eterno…), o del Dies irae, dies illa… (Día de ira, aquel día…). Allí todo el mundo cantaba y no sólo el cura, sacristán y monaguillos, a quienes se tenía como más y mejor conocedores de los antiguos latines.
Y después de la misa se organizaba una nueva procesión camino del cementerio para proceder al enterramiento de la persona fallecida: a la cabeza de nuevo la cruz y los faroles o ciriales. Después, en dos filas, los feligreses, vecinos y forasteros asistentes, los hombres primero y luego las mujeres y niños. Al final, el féretro llevado a hombros sobre las andas, el sacerdote, el sacristán, los monaguillos y los familiares más allegados del difunto.

Cruz y ciriales o faroles que encabezaban la procesión hacia el cementerio.

Desde el momento en que la procesión fúnebre sale de la iglesia, las campanas no dejarán de tocar (en este caso a muerto) hasta que haya sido enterrado. Lo hace alguno de los monaguillos u otra persona a la que se le encarga esta función.
Y tampoco cesan durante el recorrido los cánticos funerarios apropiados para el momento como el De Profundis clamavi ad te…( Desde lo profundo te llamé…) o el Libera me Domine de morte aeterna… (Líbrame, Señor, de la muerte eterna…), etc.
Los cánticos se interrumpían de vez en cuando y la comitiva funeraria se detenía, para rezar por el difunto, ante su féretro, uno o más responsos según las aportaciones económicas de los asistentes al entierro. Y se repetía cuantas veces fuese necesario el Libera me Domine…seguido del Pater Noster…. Y como final el Requiescat in pace….  Al llegar al cementerio el sacerdote realizaba los últimos rezos antes de proceder al enterramiento del cadáver. 

Al llegar al cementerio el sacerdote rezaba antes de proceder al enterramiento.

Cementerio de Milles de la Polvorosa.

Antes de regresar a la iglesia rezaba también un responso por las almas de todos los enterrados en el cementerio. Cura, sacristán y monaguillos habían cumplido con su función, por la que recibirían también un estipendio especial.
A partir de este día el fallecido o muerto, representado por sus familiares, contará con un puesto entre los hacheros instalados en la iglesia En el hachero habrá velas o velones que alguno de su familia encenderá durante la misa u otros actos religiosos. Allí se  acercará el sacerdote con frecuencia para seguir rezando responsos por su alma.Y esto ocurrirá durante un período de tiempo más o menos largo.

Hachero que aún se conservan en la iglesia de Milles de la Polvorosa.
Hachero y reclinatorio. Museo etnográfico de Santa Eulalia de Tábara.
Calaveras decorando una pared de la iglesia de Gordaliza del Pino (León).