lunes, 25 de noviembre de 2013

Artesano jubilado: Alfredo García Rubio.



Alfredo trabajando en su pequeño tornillo de carpintero.
De los varios artesanos jubilados de Coomonte de la Vega, sobre los que escribí hace años en el desaparecido semanario La Voz de Benavente y Comarca, Alfredo era el de más edad y el que más tiempo llevaba jubilado, por invalidez desde que tenía 40.
Me dijo que había trabajado de jornalero en el campo y que, lo de hacer bastones y otras piezas de madera, fue desde hacía unos diez o doce años.
Tenía en el patio de su casa un pequeño banco de carpintero con tornillo en donde, a sus 80 años, todavía pasaba muchos ratos trabajando y haciendo objetos con la madera, como a él le parecía, pues nadie le había enseñado.
-Mire, yo lo que más utilizo es esta gubia triangular, hago casi todo con ella, aunque también tengo otras herramientas.
Y, al instante, coloca en el tornillo una vara y me hace una demostración del uso de su gubia triangular, con la que realiza las incisiones y demás adornos en sus bastones. Porque de estos tiene bastantes, muy bien confeccionados y decorados. Y los aprecia tanto, que los tiene colocados, como adorno, en la pared del portal de su casa. Para él son el mejor cuadro. Y también para sus amigos y visitantes.
Varios bastones de los que adronaban  la pared del pasillo de su casa,
Además de bastones, Alfredo hacía también ceniceros, palilleros, cazos y cucharas y tenedores. Todo, naturalmente, de madera. Me enseña algunas piezas que tenía por allí, no muchas, pues dice que las ha ido regalando a familiares y a amigos. Es una forma también de que se le conozca y se le aprecie.
Alfredo y su mujer vivían solos. No tenían hijos. Pero ambos pasaban los días del mejor modo posible. Él, además de entretenerse con la madera, tenía una pequeña huerta a la que dedicaba una parte de su tiempo. Ella hacía las tareas domésticas, pasaba algún rato viendo la televisión y, de vez en cuando, llegaba a sus manos algún periódico o libro que hojeaba y leía, valorándolo en su justa medida, lo mismo que valoraba a los bastones hechos por su marido. Los dos sentían que los días pasaban de prisa y sin pausa, y que la edad no perdona. Pero, a pesar de todo, se mostraban felices y contentos por lo que hacían y también agradecidos, cuando les visité para conocer y valorar su trabajo artesanal. En esta ocasión, quiero recordar a Alfredo, lo mismo que estoy haciendo con todos los demás artesanos jubilados de esta comarca, algunos de los cuales, como él, ya han fallecido.